"El objetivo fundamental del Kajukenbo es hacernos sobrevivir a una agresión en la calle, el resto no tiene ninguna importancia"

domingo, 25 de junio de 2017

Budo = Violencia + Conocimiento + Control

Artículo publicado en la revista “Le Ronin”, número 10, Enero 1983
Autor: Sensei Roland Habersetzer
Traducción: César Gómez

Sensei Roland Habersetzer
  El límite entre violencia gratuita y espíritu Budo, como entre no-violencia y debilidad, es una noción muy mal percibida al nivel de los primeros grados del cinturón negro. Esto es normal, en el fondo, ya que se trata más bien de una sensación que de una pura comprensión intelectual. A pesar de ello intentémoslo, explicándola lo mejor posible.

  Pregunta básica: ¿Cómo la Vía (Do), sinónimo de equilibrio, de control, de realización interna, puede ser compatible con la violencia, expresión de un desequilibrio, de una energía física y mental desordenada?¿Aquel que ha realizado el “Do” no es, por definición, no-violento?¿Ya que ha dominado su violencia, puede ganar en sabiduría?

  Vivimos una época donde la violencia extendida de unos (hasta los más pequeños comportamientos agresivos en la vida cotidiana) no hace más que poner de manifiesto el pacifismo de otros. Como mucho, desembocamos en un nuevo tipo de sociedad, que no vamos a discutir aquí. El problema que estamos tratando es que este pacifismo llega a las artes marciales haciendo que acudan a ellas en manada (es cierto que se habla más de los maleantes que se ponen a practicar artes marciales y se lanza más a menudo la señal de alarma por ese lado) todos aquellos y aquellas que están a la búsqueda de algo indefinido, a menudo coloreado de esoterismo o de mística, sin ambición marcial propiamente dicha, más atraídos por lo gestual que por la finalidad de la técnica, y que transfieren al Budo todos sus problemas, sus dudas, sus aspiraciones, su naturaleza, esto da lugar a una cohorte de personas muy simpáticas, respirando bondad y dulzura, pero hablando claramente, un poco perdidos cuando se trata, por ejemplo, de lanzar un simple Kiai… Y en cuanto a hacerles simplemente ejecutar un contra-ataque decisivo… El resultado es, en ciertos grupos, un fenómeno de desnaturalización de los Budo. Y se encuentran cara a cara, aquellos que por naturaleza son (siempre han sido y lo seguirán siendo) violentos, y los que buscan en el Budo, a golpe de argumentos filosófico-místicos, una justificación a su no-violencia innata. Lo que es grave, es que los unos y los otros permanecerán en sus posiciones de salida: por lo tanto, no puede haber Budo auténtico, que implique TOMA DE CONCIENCIA, CAMINO, HARMONIZACION.

  En ningún caso, la no-violencia debe ser una excusa para una falta de energía y, como mucho, para el laxismo, incluso la cobardía. El Budo es, ante todo, la escuela del combate, según ciertas reglas, pero combate, que es el punto inicial a partir del cual la progresión propuesta debe llevar a una nueva forma de conocimiento de sí mismo y de los otros; nada de utilizarlo como una especie de excusa para personas con problemas, tanto físicos como psíquicos, rápidamente propensos a disfrazar con términos extraños y vacíos de sentido, cuando se les analiza. Si la violencia es un desajuste que procede de una fuerza que no puede ser controlada, no tiene su lugar en Budo. Pero si la violencia es la energía controlada por la voluntad, justo lo que hace falta pero todo lo que hace falta, a partir de una decisión del espíritu apoyándose sobre capacidades reales de discernimiento (y esto es otra manera de “control”), entonces no nos alejamos nada del espíritu de la “Vía”.

  La violencia en Budo es la violencia controlada, no la brutalidad desenfrenada, ni el dejarse hacer ante la brutalidad de otro. Todo un programa. Hay que elegir progresar en una escuela que enseña toda la dimensión de este margen de maniobra. Una escuela que inculque la no-violencia al precio de la propia derrota física de aquel que la practica es evidentemente una estupidez y un engaño. ¿Qué les sucedería a numerosos karatekas confrontados a un combate real? Llevados y obnubilados, de buena fe, por consideraciones oscuras y esclerosadas, o simplemente por una disposición natural que da lugar en todas circunstancias a seres demasiado “amables”; serán las víctimas designadas de una violencia desenfrenada. Otros, naturalmente más violentos, demasiado confiados en una cómoda potencia física, estarían sorprendidos al descubrir, en el fuego de la acción real, la dificultad que hay en ejecutar una acción eficaz con seguridad y posiblemente, estarían en dificultad frente a un adversario decidido. En los dos casos, decepción y resultado negativo, y después rechazo en la amargura.

  La vía es CONOCIMIENTO y CONTROL. Conocimiento de sus propias posibilidades (recursos) de violencia (en el sentido de la fuerza que emana de lo más profundo de sí mismo, que hace que se pueda disponer de una violencia casi animal y destructiva) pero también apreciación y control, en todo momento. En el momento del combate real el control puede ser la retención de la violencia o, al contrario, su estallido, eso depende. La violencia debe permanecer como una potencialidad, debe existir en cada budoka. Nunca se debe excluir, reduciéndola a un concepto mental. El Karate, como no importa que otro Budo, no es una danza, es un combate. Y la no-violencia, en Karate, se sitúa en un momento muy preciso, a partir del momento en que el combate no ha podido ser evitado: entre el momento en el que el golpe parte (potente, mentalmente “apoyado”, es decir, como si ese único golpe fuera a matar, rápido y preciso) y en el que se detiene justo antes del impacto, bien porque en el Dojo el adversario es ante todo un compañero, o bien porque en combate real se habrá decidido que así sea. Una fracción de segundo… Toda la posibilidad de destrucción (real, no a través del espíritu), pero también toda la paz. La maestría está presente cuando la no-violencia surge con una decisión del espíritu en un cuerpo capaz de la violencia. Subsiste aquí una gran diferencia, un poco como la que existe entre el viento con el tifón, entre la violencia y la simple movilización de la sola fuerza física, aún estando acompañada de rabia. Podéis ser un budoka no-violento si sois verdaderamente capaz en todo instante de “sacar” instantáneamente una violencia a la que no estáis habituado. Como siempre y en todas las cosas, el error está en el demasiado o en el demasiado poco. Sois vosotros los que debéis saber si hay que desencadenar esta violencia animal que reposa en el fondo de cada individuo, si hay que atarla, y cuando, dejarla ir, siempre de una manera muy precisa. También deberíais saber, y sobretodo si, en caso contrario, sólo seríais capaces de intentar hacerla salir… Esta credibilidad, sólo vosotros podéis saber en que punto se encuentra.

  La violencia no es siempre lo que parece desde el exterior. Para verdaderamente saber, un día, disponer a su propio antojo de la propia no-violencia, hay que ser capaz de ser violento. Y esta es la primera etapa propuesta por las artes marciales: sacar la violencia, toda la violencia, ser capaz de hacerla subir instantáneamente en sí mismo. No es tan fácil. Después, pero casi al mismo tiempo aprender como controlarla. El esquema contrario es una ilusión, un dulce sueño, un falso camino. No es más que cuando el conocimiento preciso de los mecanismos de la violencia (tanto la propia como la de los demás) y la potencialidad de esta violencia habrán hecho desaparecer el miedo (ante lo desconocido, la duda, lo inapreciable), que provoca desajustes de todo tipo y actos irresponsables (mecanismo conocido y que sigue sin cambiar desde los orígenes del hombre) que podrá florecer una verdadera filosofía de la no-violencia. Ya que ella será el resultado de seres que sabrán de lo que hablan.

  Tal es, creo, la delicada Vía del Budo. ¿El mejor arquero no es aquel que, después de haber sido campeón universal, ha terminado por olvidar lo que es un arco? Esto es también una muy vieja historia… (zen).

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